jueves, 5 de noviembre de 2009

EL CRIMEN PERFECTO - CUENTO

El timbrazo del teléfono apoyado sobre la mesilla de noche le traspasó el corazón como si hubiera sido un puñal.


Encendió la lámpara y miró el despertador.


Eran las dos y diez del 5 de febrero.


Una voz lo avisó que su madre Adele, a causa de una caída, había sido transportada a urgencias con la ambulancia.


- ¡Mierda! - exclamó Guido, disgustado por la perspectiva de tener que pasar toda la noche en un hospital.


Guido Franzo, casado sin hijos, tenía 62 años y era un mecánico dentista jubilado desde hace poco.


Su madre era autoritaria, exigente y prepotente. Siempre lo había sido ya desde joven, y envejeciendo su mal carácter había empeorado. Pretendía que la sirvieran y la reverenciaran como una reina y protestaba de continuo porque los demás no hacían las cosas que ella quería o como le gustaba a ella.


Hasta algún mes atrás a la mujer, que era viuda y vivía sola, la cuidaba casi exclusivamente Elvira, la hermana de Guido. Luego Elvira se había convertido en abuela y desde entonces, para estar con su nietito, había espaciado sus visitas a su madre.


En consecuencia Guido, de mala gana, había sido obligado a aumentar notablemente las horas que destinaba a la compañía y al cuidado de su progenitora.


Guido todavía gozaba de buena salud. Ahora que estaba definitivamente libre de cada compromiso laboral, por culpa de su madre corría el riesgo de desperdiciar los últimos años buenos de su existencia, antes de que la vejez lo agarrara irremediablemente, quitándole las fuerzas y la voluntad y transformándolo en un decrépito chocho.


- Yo no puedo renunciar a todo por mi mamá. No tengo tiempo para ir a su casa todos los días. Debería ir mi hermana. Son las hijas las que tienen que cuidar a los padres, no los hijos varones. Pero a ella no le importa. Ella sólo piensa en el niño, ahora. - rumiaba con ánimo amargado.


Guido quería hacer viajes, salir con sus amigos, hacer deporte.


No veía la hora que su madre muriera, y estaba seguro que su hermana también pensara de la misma manera.


Estaban ambos exasperados por las miradas de desaprobación de la anciana, por sus reproches, por sus palabras llenas de maldad.


Guido envidiaba a sus coetáneos que ya no tenían padres que los atormentaban y podían disfrutar en paz de sus jubilaciónes.


- ¡Por qué no soy huérfano yo también! - suspiraba a menudo.


En las urgencias encontró a su madre tendida sobre una camilla, inmóvil y con los ojos cerrados.


Le habló, pero ella no contestó.


Entonces la tocó varias veces, sin lograr despertarla.


Le pareció extraño que fuera capaz de dormir bajo la luz artificial y fastidiada por los ruidos de la división.


Luego de una sacudida enérgica, Adele se despertó y se quejó con tono rabioso:


- Tengo mal por todas partes. Hagan algo. ¡Pero en fin!


Enseguida después cerró de nuevo los ojos.


Aquel insólito entumecimiento en que había caído era el síntoma de que algo no iba bien.


En la división había otras siete personas a la espera de ser visitadas.


Estaba presente un solo enfermero, jovenísimo, obeso y con el aire obtuso.


Un médico sobre los cuarenta años con la bata arrugada, los zapatos sucios, el chicle en la boca y un ridículo peinado moderno con los cabellos desgreñados y echados hacia adelante se le acercó a Guido.


- Quizás haya llegado el momento que esperaba. - exultó el hombre para sus adentros. - Éste seguramente no la cura bien y la hace morir.


- No se ha roto nada. Está sólo dolorida. Por precaución la tenemos aquí bajo observación todavía por algunas horas. Se vaya nomás a su casa y vuelva mañana a las ocho.


Guido aceptó el consejo del galeno sin rebatir. No tenía ninguna intención de dejarse escapar la preciosa oportunidad de deshacerse de su madre. Una ocasión así difícilmente se presentaría otra vez.


Había sentido de los amigos y leído en el periódico que en aquel hospital en los últimos años bastantes pacientes habían fallecido por el descuido del personal.


- Al doctor se le da un bledo. El enfermero ni sabe donde está. No quiero hacerme demasiadas ilusiones y luego quedar decepcionado, pero quizás he llegado al final. - meditó - Sólo tengo que ir a mi casa, dormir y, si soy afortunado, mañana por la mañana todo habrá acabado. Y si yo no sento una denuncia, nunca nadie descubrirá la verdad.


Dejar a una persona en las manos de un médico pasota y de un enfermero imbécil que provocarían su muerte no constituía un delito.


El crimen perfecto.


Ninguna prueba, ningún testigo, nadie que nunca vendría en conocimiento.


- Por suerte mi hermana está de vacaciones en la montaña. Ella intentaría salvar a la vieja, total soy yo quien tiene que chupársela. - pensó Guido.


El hombre salió de la división excitado y eufórico, repitiendo en su mente:


- ¡Bien! ¡Bien! ¡Bien!


Su deseo se realizó.


El galeno y el enfermero de turno dejaron a su madre completamente sola y sin asistencia por toda la noche, a pesar de haber sido informados que era cardiópata, hipertensa y diabética, y la mañana siguiente la encontraron en estado de inconsciencia a causa de una hemorragia cerebral, demasiado tarde para poderla reanimar.


Durante el funeral, para guardar las apariencias frente a los parientes y a los amigos, su hermana se esforzó, con discretos resultados, para poner cara triste. Guido, en cambio, ni intentó fingirse dolido.


Adele Corsi fue el séptimo caso de negligencia médica ocurrido en el hospital de Cremona desde el principio del año.



2 comentarios:

  1. Me maté de risa XD
    A mi me crio, sin adoptarme, una mujer de esas que se hacen llamar "señoritas" soltera sin hijos que me lleva 50 años y es tanto o más exigente y prepotente que adele y vieras como se pone cuando una no acata su voluntad... la realidad supera a la ficción

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  2. En Italia hay muchísimos ancianos, y la mayoría de ellos, sobre todo las mujeres, son autoritarios, exigentes y prepotentes como Adele, no sé porque. Yo he sentido a varias personas decir que quieren que sus padres de más de 80 o 90 años se mueran porque son malos y no los aguantan más.

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